lunes, 20 de febrero de 2012






Tell me, what else should I have done?
Doesn´t everything die at last, and too soon?
Tell me, what is your plan to do
with your one wild and precious life?


Dime, ¿qué más debería haber hecho?
¿No acaba muriendo todo al final y tan pronto?
Dime, ¿qué planeas hacer
con tu vida preciosa, salvaje, única?


Mary Oliver, The summer Day.

martes, 7 de febrero de 2012

Carruaje de la despedida al miedo. (No hagan preguntas)

Cuervo negro, ¿que depara mi destino?
Aquí estoy yo, una vez más. Es curioso ver como me voy hundiendo en una espiral de acontecimientos, recuerdos, realidad y letras. Hace mucho que comprendí que esto no tendría sentido, mas no me figuraba que llegaría  a tal grado. Mi desconcierto, descomunal, me ha hecho creer que moriría envenenada, sin embargo no es así. Cabe mencionar que en mi propio universo de autodestrucción, me he perdido, y a la vez, encontrado. Puedo sentir la calidez resbalar peligrosamente por mis dedos, porque sé que el frío siempre estará ahí. Ya no me asusta, me he acostumbrado a sobrevivir, con la esperanza del mañana que será mejor, con el presente infinito, con el pasado oculto tras las sombras. El tiempo me ha hecho una promesa mortal: no hay escala de grises, su decisión será tan solo blanca, como la nieve, o negra, como la tinta. Desapareceré, moriré en vida o existiré para siempre. Me he cansado de jugar a las cartas con el destino, él siempre hace trampa, yo no conozco sus métodos. Las caladas que da me han intoxicado, y seguramente, nunca seré la misma.
Por supuesto, en lo más inexplorable de mi alma, está la verdad. Formo parte de las tinieblas y del resto del mundo. Mi deseo de que sea lo contrario, desbocaría mares, pero hay otro sentimiento mucho más grande. Con la justificación de llamarlo angustia, se regocija entre sensaciones terribles y decepciones, promesas incumplidas. Sus finos labios esbozan siniestras sonrisas cada vez que me vislumbran, y se maravillan al comprobar que mi corazón de cuervo, atolondrado, azorado, ciego, no encuentra respuestas y se impregna de odio inconstante.
Mi mente es un salto de tiempo y espacio.
Porque en el fondo, no es su rabia, alimentada de fuego y sensaciones la que me está haciendo esto. No soy yo misma, producto de las cosas que he vivido a través del conteo irremediable. No, es mi propia negación, a brillar, a dejarme llevar por las riendas de la tranquilidad, a ser feliz casi incondicionalmente. A que todo sea diferente, a olvidarme del problema que me ha acosado incluso antes de mi propia existencia. Y a pesar de todo, sí estoy segura de algo.
Le tengo miedo a ser feliz.
Y ahora, que ha llegado el carruaje, aquel que solucionará ese problema, debo subirme a él. No hay otra salida, me ha esperado demasiado tiempo. Es hacerlo o que me deje. ¿Qué miedo es más grande?
El conductor me observa con sus grandes ojos negros. Siento una confianza que se mezcla con el dolor de estomago. Veo el sol, resplandeciendo más que nunca por encima, y el cielo, sin una sola nube, sin una sola pista.
Y de pronto, le oigo. Su voz, seca, indescriptible.
—¿Vas a subir o no?
Dudo por un instante. Después, hago lo que nunca habría sospechado.












/// Esto... Es solo una entrada, sí eso xD No pregunten, yo no la escribí... ¡Fue Molly! Yo no. A mi no me miren.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Surrealidad literaria.

Es un frenesí, una locura. Es aquel pensamiento que acecha tu mente hasta el descontrol. Es una maravillosa desgracia. Es irónico e indescriptible.
Todo empieza con una simple página. Te aburres, estás en clase, tienes una computadora sin internet, viajas en tren, ves algo que te llama la atención. Sin entender muy bien porque, sobre aquel blanco de infinitas posibilidades, plasmas vagas palabras. Quizás tenga un inicio como "Erase una vez" o "Todas las noches son oscuras, pero esta lo era en especial" Termina gustandote. Crees que lo tienes todo controlado. No puede ser tan difícil, piensas. Un nudo, un desenlace y ya está. Lo harás.
Emprendes tu camino. Cada vez redactas más. Con inspiración divina, escribes páginas, capítulos. Te sientes bien y te sorprende. Pero aún crees que te falta algo.
Una mañana cualquiera te despiertas. ¿Sabes? Lo que escribiste ayer pudo haber sido mejor. Lo lees. Lo dejas. Lo vuelves a leer. Con inconformidad, te preguntas que has hecho mal. ¿Será la narración? Podrías ponerle más diálogos. Primera persona, ¿como se te ocurrió? Aunque en tercera tampoco quedaría tan bien. ¿Segunda, acaso? No, es menos entretenida. Entras en una extraña confusión. Te vienen a la mente autores conocidos. Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Agatha Christie. Borges, Isabel Allende, Gabriel García Marquéz. Ruiz Zafón, Laura Gallego, J.K Rowling. Haruki Murakami. Octavio Paz, Mark Twain. ¿Qué hubieran hecho ellos en tu lugar? ¿Les habría pasado lo mismo alguna vez? Lo dejas por un momento, despejas tu mente y permites que las palabras fluyan. Aparentemente, no hay ningún problema. Aunque decides recordar aquellos escritores.
Siempre te ha gustado leer. En tu infancia te gustaban los cuentos. Tú sabías que los libros que te dejaban en el colegio eran aburridos, mas los otros te podían transportar a lugares lejanos. Leíste El principito y El patito feo. ¿Te acuerdas de aquel libro que cayó en tus manos por accidente cuando tenías once años? Aquel que sencillamente no podías dejar. El que leíste a escondidas debajo de la mesa y bajo la luz de una linterna, ocultandote bajo las sábanas cuando toda tu familia dormía. Lloraste en silencio cuando ese personaje murió. Cerraste la tapa del libro con satisfacción y melancolía.
Al cumplir los doce años, cogiste un libro de Saramago. Porque habías oído hablar de él, porque querías escribir tan bien como decían que lo hacía. Lo comprendiste a medias.
De todo eso te acuerdas eventualmente. Ahora, tu familia te pregunta, ¿Como puedes leer tanto? No sabes como explicarles que en realidad lees muy poco. Te desanimas al pensar que en toda tu vida nunca podrás leer todos los libros que quisieras. Aún así, continúas leyendo y escribiendo. Hasta que te das cuenta.
Te estrellas como avión en picada. Ves una hoja en blanco, un invierno que te atrapa y te envuelve. No tienes escapatoria. No puedes escribir.
Más tarde, lo logras. De casualidad hallas el nombre de aquel fenomeno que experimentaste. Bloqueo literario, dices. No volverá a suceder.
Dulce inocencia. Aún no sabes lo que te depara el futuro.
Te bloquearás tantas veces que no podrás contarlas. Sentirás que te mueres un tanto. ¡No sabías que la literatura era tan importante para ti! Dos semanas, un mes, dos, seis, un año entero. Tampoco podrás leer. Solo entonces, entenderás el peso de su ausencia. A pesar de que dijiste que tu historia no era tan buena y tus personajes, aburridos, los extrañas como nunca. Cederás a la desesperación. "Escritor que no escribe, lector que no lee. ¿Qué harás ahora que te han robado tus letras?" Suicidarte es absurdo e inconcebible, pero "¿qué sentido tendrá tu vida, si nunca más volverás a hacer lo que te apasiona? Exageras y lo sabes. ¡Estás hecho un dramaturgo! Hubieras nacido en el romanticismo."
Caminarás con semblante de superviviente.
Llegará casualmente. De ser una persona, diría "Hola" sin inmutarse. No sabrás si abrazarla o matarla. Maldita inspiración. Siempre regresará.
Así, el ciclo se repetirá. Serpiente que se muerde la cola, bucle infinito. Te desesperarás. Querrás vivir en un templo budista, alejado de los libros. Te preguntarás porque demonios no te dedicas a vender jugo de naranja en la calle, líder de los scouts, asesino en serie, ¡cualquier cosa sería más fácil! No naciste para escribir, pensarás.
Ni tú mismo te creeras esa mentira.
Andarás ausente. Cuando toda tu familia se preocupe porque tu tía no irá a la boda de tu hermano, tú repararas en que ya sabes que giro dramático le darás al argumento de tu historia. Te sorprenderas queriendo estudiar literatura. Sufrirás. Perderás cantidad de concursos. Sentirás una verguenza descomunal cuando cometas un error ortográfico en el periódico. Te pelearás con tu editor. Te rechazarán en miles de editoriales. Tendrás una terrible crisis económica. Te criticarán como si no hubiera un mañana. Te arrepentirás de no haber escogido Derecho, Diseño Gráfico o Medicina. Pensarás que no hay salida. Serás victima de la tristeza.
Pero verás una película, escucharás un silbido, hallaras algo, esa gota de esperanza a través de las tinieblas. Recordarás que en el fondo, aún disfrutas de la fantasía épica y te emocionas con ella, como cuando eras joven. Leerás tus propios textos en un momento de paz y pensarás que no están tan mal. Beberás té o café mientras escuchas caer la lluvia en tu ventana, con tu libro en la mano. Sentirás que no habrá nada mejor que eso. Esbozarás una sonrisa cuando percibas el olor a libro nuevo y suspirarás cuando el sol se refleje en las páginas de uno viejo. Amarás a tus personajes y sentirás su calidez, serán reales, aunque nadie lo entenderá.
Tal vez, algún día, harás que con tu libro un joven comience a escribir, que descubra este mundo tan maravilloso y a la vez complicado. Podrías escribir grandes cosas, volar, el premio nobel, lo que te propongas. Eres y serás libre.
¿Y por qué no?
Después de todo, un escritor sabe que no existen imposibles.